Hace justo dos meses estaba yo aún tranquilamente en Laos aprendiendo a montar en elefante. Habían pasado ya casi los cuarenta días y una parte (muy pequeñita) de mí pensaba ya en volver a casa y a la tranquilidad. Soy una ilusa.
En el camino del aeropuerto a casa mi madre soltó la noticia. Tengo un piso para vosotros. Con trastero (¡Oh-dios-con-trastero!) y con garaje (¡OH-DIOS-CON GARAJE!). Os aseguro que no se valora la importancia vital de un garaje hasta que te pasas un verano entero cargando, descargando y jugando al tetris con las cajas de un porrón de bodas con el coche delante de un vado en una calle estrecha.
Además, suelo radiante, domótica y la posibilidad de bajar en el ascensor directamente al Mercadora, paraíso terrenal del celíaco. ¡Todo ventajas! Pues no, todo no. Y es que el apartamento en cuestión no llega a los 50m2. Exploramos la mini-cocina-salón-comedor. Si metíamos la mesa de trabajo no entraba el sofá. Y yo quería tener sofá como la gente normal.
“Claro, es que es suficiente para una pareja que trabaje fuera de casa“. Nos miramos, y el mismo pensamiento cruzó nuestras mentes. Sabía que el momento llegaría, que era la evolución natural de la empresa. Incluso había fantaseado alguna vez con ello y con la idea de tener mi propio sofá amarillo “de carne y hueso”… pero no pensé que sería tan rápido. En 48 horas y con las maletas a medio deshacer estaba buceando en Idealista buscando el estudio perfecto.
Echamos cuentas. Por el precio de nuestro piso grande teníamos el piso pequeñito (¡con garaje!) y un estudio precioso. Me llevó muchos días decidirme, pregunté a mis amigos, en Facebook y en Instagram (¡mil gracias a todos!), y finalmente la decisión está tomada. Y ando como loca entre cajas y cajas porque los señores de la mudanza vienen el miércoles a las tres.
Perdonadme si esta semana no estoy muy activa pero tengo que empaquetar mucho y despedirme de muchas cosas. De mi salón enorme, de mis puertas blancas, de mis armarios empotrados, de mi cocina amplia, de mi maravilloso vestidor, de mi bañera (ay, mi bañera….), de mis preciosas vistas al puerto y a los barquitos (voy a llorar), del portero y de mi vecino Amancio.
Me despido también de volvernos locos para aparcar, de tener una habitación como almacén, de no conseguir separar nuestra vida personal del trabajo, de no tener horarios y redactar post a las seis de la mañana. De trabajar en pijama y no pisar la calle en tres días.
Ser emprendedor es difícil. Y a veces tienes que sacrificar el piso de tus sueños para que tu otro sueño, tu empresita, se haga más grande y más fuerte y mejor. He priorizado mi sofá amarillo a mi bañera, y para ver los barquitos siempre puedo venir dando un paseo hasta el puerto. Ahora que tendré que vestirme por las mañanas seguro que me da menos pereza. :)
La vida hay que cogerla como viene. Se nos presentó esta oportunidad y decidimos actuar y pescarla al vuelo. Y aunque fue muy inesperado y voy a echar muchísimo de menos mi piso bonito, estoy totalmente convencida de que el cambio va a ser para mejor, y la verdad es que no puedo esperar al miércoles para hacer el traslado y dar el pistoletazo de salida a esta nueva etapa. Madre mía, ¡¡¡que tenemos un estudio!!! ¡Es tan emocionante!
Un beso enorme y feliz lunes,
Indara
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